sábado, 6 de agosto de 2011
MÚSICAS LEJANAS
El verano tiene su propia sensorialidad. La ciudad huele de una manera distinta. La densidad y calidad del aire es muy diferente a la primavera o el invierno. Es como si la atmósfera estuviera “llena” de contenidos que, cuando llegue el frío, desaparecerán. Y tiene, sobre todo, su propia escala de sonidos.
Además de las cigarras y sus solos de chelo destemplado, existe una sensación sonora muy identificable con los meses estivales. Las músicas lejanas.
Como todo el mundo tiene la ventana abierta, el horizonte nocturno se llena con más perspectivas que una tabla flamenca. Y, casi siempre, se escucha en la lontananza una música a veces poco identificable.
Al ser época de fiestas y verbenas, puede tratarse del fondo musical de una de esas celebraciones, que arrastrado por el vientecillo nocturno viene a recalar a tu ventana, como un pájaro invisible. O quizás una cena que alguien celebra en un terrado, entre luces de farolillos y cocas varias. Porque muchas veces, a las músicas les acompañan risas imprecisas, un poco fantasmales.
También puede ser que un solitario, para vencer el insomnio, deje que el equipo de música llene su piso de ritmos y vibraciones. En la soledad de los salones y los pasillos inmóviles y deshabitados.
El gran encanto de la música lejana es precisamente que no sea identificable. En caso contrario pierde todo el misterio, y se convierte simplemente en una lata. Pero cuando reverbera desde lejos, imprecisa, con idas y venidas, entonces es como si introdujese un punto de fuga a la percepción de la noche. Y te hiciera retroceder, mientras pierdes suavemente el sentido, a un verano universal. A esos veranos perdidos de la infancia, de la adolescencia, del pasado o quizás también del futuro.
Donde, en la alta noche, siempre hay una música remota que llega a tus oídos.
(Foto: http://nubes.balearweb.net)
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