El señor Colom vivía en el último piso de la casa más alta del barrio que estaba más arriba de la ciudad, situada encima de la montaña más elevada de un país tan alto, que a veces las nubes en lugar de pasar por encima de las casas pasaban por abajo.
Al señor Colom le gustaba vivir tan alto, tan arriba arriba, porque así veía pasar las bandadas de palomas que volaban cuando llegaba el invierno, hacia países donde hiciera menos frío.
Las palomas volaban todas juntas, como si fuesen una nube llena de alas blancas. Y como se aburrían de tanto volar y volar, cantaban siempre una canción que decía así:
“Colom, colom, colometa, colometa, colomita...
Nos vamos del país de la fresqueta para estar más calentitas”
Y el señor Colom, cuando las oía cantar, se asomaba a su tan alta ventana para decirles adiós con la mano.
-- Adéu, adéu coloms! - gritaba.
-- Adéu, adéu senyor Colom! - le contestaban las palomas.
Tanto se asomaba el señor Colom a la ventana que muchas veces, plaf, le caía una caca en la cabeza.
Y decía:
“Toma, toma.
Vaya broma
una caca de paloma”
Pero al señor Colom no le molestaba, porque era muy amigo de las palomas y comprendía que, volando tantas horas por el cielo, no se podían buscar lavabos en las nubes.
El señor Colom se sentaba en su butaca, al lado de la ventana, y veía cómo las palomas se iban haciendo pequeñitas, pequeñitas, hasta que sólo eran una manchita blanca en el cielo azul.
Y el señor Colom se ponía triste, pues también a él le gustaría volar y poder irse muy lejos, como las palomas, a países que fueran menos fríos, donde hubiese playas y bosques. Porque en su país sólo había montañas, nieve y mucho frío.
Un día, cuando hacía ya mucho tiempo que habían pasado las palomas, se despertó porque daban golpes al cristal de su ventana.
“Vaya susto y sobresalto
¿quién llamará a mi ventana?
A mí, que vivo tan alto
y a una hora tan temprana”.
Y se encontró con una paloma muy rara. Era muy flaca, llevaba gafas y una bufanda de colores. Además, hablaba de una forma muy extraña.
“Dizculpe uzted, caballero
ez que eztoy algo perdido
no encuentro mi zombrego
y ya comienza a hazed frío”.
Era un palomo muy despistado que se había olvidado del día en que habían de salir volando todas las palomas. Como hacía tanto frío, se puso un sombrero y una bufanda y salió a ver si encontraba a las otras palomas. Pero el viento se había llevado su sombrero y no lo podía encontrar. El palomo sacó un mapa y le preguntó al señor Colom por dónde tenía que ir. Pero el señor Colom no lo sabía.
Así que le invitó a tomar un café con leche, y mientras el palomo leía el periódico, buscó a ver si tenía algún sombrero. Encontró uno viejo y se lo prestó. Pero era tan grande que cuando el palomo se lo puso sólo se le veían las patas.
“Muchaz graziaz caballego
por dejadme zu zombrego”.
Y el palomo salió a la ventana y empezó a volar. Y todo el mundo decía: “Mira, mira, un sombrero que vuela”. Porque sólo se veía la mancha oscura del sombrero dando tumbos por el aire. Además, como el palomo no veía nada, sólo hacía que dar vueltas por encima de la ciudad. Se pasó horas dando vueltas y vueltas. Hasta que, cansado volvió a la ventana del señor Colom, creyéndose que ya había llegado al país calentito.
“Vaya un país más rago
hace calor y eztoy helago”.
Cuando el señor Colom lo vio otra vez en la ventana, con el sombrero hasta las patas, le dijo: “¿Ya ha vuelto señor Palomo de su viaje?”.
Y el palomo, sorprendido dentro del sombrero por oír la voz del señor Colom, le preguntó: “¿Cómo ez que uzted zin alaz ha llegado antez que yo?”.
Hasta que se quitó el sombrero y se dio cuenta de que estaba en el mismo sitio que antes. El señor Colom le dio otro café, y el palomo le pidió permiso para hablar por teléfono. Llamó a la casa de las palomas para ver si alguien le indicaba por dónde tenía que ir. Pero, claro, no contestaba nadie. Porque todos estaban de viaje.
El palomo despistado se puso triste, porque ya hacía mucho frío y no podía volar porque si no se llenarían de nieve sus alas. Al señor Colom le dio mucha pena y le propuso hacer el viaje juntos.
Así que los dos compraron un billete y fueron al aeropuerto. El señor Colom con su maleta y el palomo con su sombrero tan grande, todo el mundo que les veía decía: “Huy, mira. El señor Colom se va de viaje con un sombrero que anda”.
Subieron al avión y estaban los dos tan contentos que cantaban:
“Colom, colometa, colometa colomito
nos vamos del país del fresquete para estar más calentitos”.
Y el final de la historia es que el señor Colom puso una tienda de sombreros para palomas. Así, cuando llegaba el invierno, las palomas se ponían un sombrero muy grande y ya no tenían frío, por lo que no necesitaban volar hacia otro país donde hiciera más calor.
De paso, el señor Colom se pudo quedar también en el mismo país, y no tuvo que volver a su casa que estaba en el último piso de la casa más alta del barrio más elevado de la ciudad que estaba más arriba de un país muy alto y muy frío.
FIN