lunes, 22 de abril de 2019

EL HOMBRE-ÁGUILA

De niño siempre buscas padres alternativos. Te los imaginas en lugar de los propios. Los magnificas. Recuerdo que cuando tenía seis o siete años, mi padre nos llevaba los veranos a Martinet de Cerdanya, junto al río Segre. Me gustaba jugar por los prados llenos de boñigas de vacas. Caminar de noche por la carretera. Aspirar la humedad del río. Pero sobre todo me fascinaba el dueño del Hostal Martinet.

Era un hombre-águila. De facciones casi romanas. Con unas manotas grandes y un vozarrón de trueno. Me parecía magnífico como padre. Era fuerte y decidido. Casi envidiaba a su hijo, que tenía mi misma edad. Mi padre me parecía demasiado urbano, con pinta de profesor. Aquel hombre-águila parecía salido del lejano Oeste.

Mi padre hacía tertulia con él. Y recuerdo que señalando a su hijo, que correteaba por la carretera, le explicó. "Ayer le pregunté qué quería ser de mayor. Y me dijo: Coño, lo que tú". Y así sería.
Aquella paternidad platónica se esfumó un poco el día en que le vi propinar una sonora bofetada a su hijo, que salió corriendo entre lágrimas. Ser un héroe del Oeste tenía también sus cosas.

Todo quedó embotellado en los perfumes del recuerdo. Hasta que ya con treinta años regresé a Martinet. El hijo del hombre-águila era entonces un restaurador muy cotizado, ejerció incluso de alcalde. Había montado otro establecimiento, mucho más elegante, al lado del río. El hotel Boix. Era un hombre afable, meticuloso y de maneras suaves. Su mujer se mostraba simpática y comunicativa. Hablábamos de perros y de París, como lo hacía mi padre.

Y en la recepción, silencioso, enfundado ahora en un traje elegante, ¡estaba el hombre-águila ya muy mayor! No decía nada. Solo miraba a su alrededor con ojos de jefe indio. Fue una imagen que me emocionó.

Aquel hotel fue durante unos años mi ideal de felicidad. Me escapaba siempre que podía. Y me parecía estar ahí fuera del tiempo. Escuchando el río. Protegido por aquella especie de castillo intemporal.

Luego todo cambió. El hombre-águila debió morir. El matrimonio compró y montó el exclusivo hotel de la Torre del Remei en Bolvir, que parecía salido de un cuento de hadas. Ya era otra historia. Y perdí el contacto.

Buscando documentación sobre la Cerdanya, acabo de leer que la dueña del hotel murió hace cinco años. Y que el restaurador ha venido el castillete de Bolvir a otro cocinero famoso.
Se han cerrado todos los lazos. Y queda la historia como una de esas frutas que se colocan dentro de una botella de licor. Secas, pero en cierto modo vivas todavía.

Con el sonido del río, el suelo de madera del hostal, y la mirada del hombre-águila como el padre que los niños tímidos querrían tener. 



El río Segre desde la ventana del hostal Martinet en 1981. 
Un año después, una crecida del río se llevó el puente, inundando parte del pueblo.

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